Febrero 24, 2013
Esquiando en Andorra
Andorra, para aquellos que no lo sabían como yo, es un principado de 468 km2, que se encuentra en medio de los pirineos, entre la frontera norte de España y el sur de Francia.
Desde Barcelona llegamos a Andorra en aproximadamente dos horas y media. Las carreteras o autovías en España, no tienen nada que ver con nuestras carreteras colombianas y se puede recorrer 200km en un corto tiempo. El valor de los peajes es para reírse; algunos Españoles se quejan de las tasas, pero cuando se viaja por Colombia y se pagan los peajes acá, en verdad no hay punto de comparación.
Al llegar a Andorra en medio de la noche, nos recibe una población mediana con casas y edificios construidos en las laderas de las montañas, el aire que se respira es frío y se puede sentir en cada inhalación el aroma del bosque; es como si los mismos arboles entraran por nuestras fosas nasales, recorrieran la tráquea y se quedaran unos segundos en nuestros pulmones y luego se fuesen, dejando su leve huella de frescor. Respirar este aire puro y frio, me recuerda que estoy viva y presente en este mundo.
Al día siguiente, con la luz del sol presente, mi primera impresión es doblemente gratificada, con la vista desde mi ventana: Casas y edificios, todos cubiertos de nieve; para mí latina del continente del sur, la nieve tiene un toque mágico; el paisaje es mayormente deshabitado, pero encantador.
Después de un buen desayuno; muy español y de forrarme completamente con doble media, pantalón, blusa, saco, chaqueta, gorro, guantes y bufanda, fuimos camino a la estación de esquí, para prepararnos con el equipo. Lo primero que hay que saber, es que se compra un forfeit, que es el pase que permite ingresar. Este pase se coloca en un bolsillo de la chaqueta a la altura del pecho, porque cada vez que se ingresa a los diferentes puntos de la estación, se pasa por un sensor de proximidad que lo lee para dar el acceso y con los esquíes puestos y los bastones, no hay manos libres.
Caminar con las botas de esquí, mientras llegas a la nieve, lo comparo con la sensación que me imagino se debe sentir caminar en Marte con más gravedad y con todo lo que llevas encima: simplemente te sientes torpe; las botas no permiten doblar las canillas, el pie queda casi ahorcado y en verdad, uno se siente como astronauta en otro planeta. Claro una vez puestos los esquíes, la sensación es totalmente diferente y se requiere de mucha fuerza en las piernas, para que no se doblen los esquíes.
Mis primeras lecciones de esquí, fueron en diciembre del año 2011, con la desventaja de que en aquella época, la temporada de esquí no había llegado y aun la nieve no había cubierto las partes bajas de la montaña; así, que aprendí a las malas, en pistas de color rojo y azul y aquí hago un paréntesis y explico que las pistas, de acuerdo a su complejidad, van de la más fácil a la difícil y son: verdes, azules, rojas y negras. En mi primera sesión de esquí, todo fue color rojo y helado, así que la segunda vez con varias azules y mucha nieve blanda, todo me pareció más fácil. Y es que hay que tener en cuenta, que la nieve tiene categorías; al comienzo de la mañana, las pistas están cubiertas de nieve blanca, suave y abollonada, que en el caso de una caída, te recibe como si fuera un colchón. Pero a medida que el día transcurre y el calor del sol la derrite, queda la nieve dura y el hielo, que viene siendo la parte más difícil para esquiar. Acá aprendí la palabra ralentí, porque cuando la nieve esta así, hay que disminuir la velocidad y ralentizar sobre el hielo y se escucha como los esquís trozan el hielo. Así las cosas, me quedo con los copos blandos, especialmente cuando uno es mas amigo del piso, que de ser el verdadero profesional, del esquí deportivo.
Esquiar puede generar un poco de pánico, especialmente cuando se ve la pista desde abajo, pero aun más cuando se está en la parte de arriba y se mira hacia abajo; por lo que en mi caso lo mejor, fue mirar hacia los lados e ir despacio haciendo cuñas. Mi maestra de danza árabe me enseño a repetirme mentalmente en situaciones complicadas, “si puedo y es fácil” y yo le agregue “si puedo, es fácil y no me voy a caer”. Me funciono muchas veces, otras que puedo decir, pero lo que sí es cierto, es que si desde el comienzo, se pierden todas las esperanzas y dejamos que el miedo nos gane, la experiencia puede ser aterradora.
Me llamo mucho la atención, ver a los grupos de chicos pequeños; porque ellos no tienen miedo, parecen de caucho y te sobrepasan y te esquivan, sin ningún problema y a velocidades que yo, aun no puedo lograr. Giran muy rápido y poco se caen y yo creo, que es porque están más cerca del suelo, quizás son también, más aerodinámicos; pero esta es solo mi teoría. Lo que sí es verdad, para mí, es que cuando somos pequeños, tenemos menos trabas, menos miedos, menos inseguridades y nos lanzamos a conquistar el mundo, así el mundo sea en ese momento, una pista de esquí.
Hay otras cosas, que son para mí graciosas de esquiar. Están los telearrastres; en ocasiones cuando la montaña es muy plana y se debe ir de un lado a otro, uno debe colgarse de un tubo, que cuenta con un pequeño sillín al final, éste lo debes colocar entre tus piernas y con una mano te sostienes del tubo, mientras que con la otra, llevas tus bastones. Parece fácil, pero cuando llega el tubo, agarrarlo y deslizarse la distancia, requiere de equilibrio y fuerza. Ahora, estando en España, es el culete, el que hay que ubicar en el sillín y venga vamos. "Como me hace de gracia el español España"
Otra cosa simpática, es la subida y la bajada de la telesilla, otro desafío en el que hay que estar muy pendiente, del momento en que te indican, que debes avanzar y luego simplemente la silla, que viene en movimiento, te lleva por delante, quedas sentado y disfrutas del paseo y del paisaje, hasta que llegas a tu destino y debes de la misma manera que te subiste, con la telesilla en movimiento, dejarte caer. Eso sí, lo que no hay que dejar caer son los bastones o cualquier otro elemento durante el viaje, porque recuperarlos, no va a ser fácil y puedo dar testimonio de ello.
Al final, después de haber tenido la oportunidad de esquiar, estos dos maravillosos días en Andorra, puedo decir que me gusta, pero que no es mi deporte favorito, me divertí mucho; no tanto como la primera vez, en que sin importar, cuantas veces me caí y cuantas veces tuvieron que recogerme, no pude dejar de reírme de mi misma, ni un segundo, no obstante cada experiencia tiene su valor.
Que si volveré a esquiar, seguro! Voy, donde el viento me lleve y quiero aprovechar cada oportunidad que la vida me ofrezca.
Este articulo lo dedico a mis padres: Por ustedes soy quien soy, por ustedes he llegado a donde llegado y sin su paciencia y su infinita ayuda incondicional, no podría llevar la vida que tengo. Los quiero hoy y siempre.